Nos trasladamos al siglo pasado, donde una familia adinerada, vivía plácidamente en una casa abandonada que más bien parecía un palacio.
Grandes salones con exquisitas pinturas que bién podrían haber sido parte de un museo, muebles de madera maciza tallados con exquisito gusto, cristaleras de colores decorando unas imponentes puertas de madera. Un sueño.
Caprichos de la vida, lo que un día fue un lugar lleno de vida y esplendor, quedó abandonado hace más de 30 años, comenzando a sufrir las inclemencias del paso del tiempo, inclemencias que no cesarán hasta arrasar por completo este lugar tan especial.
Eran las 8 de la mañana y Rafael, un agricultor adinerado, ya tenía un intenso dolor de cabeza. Llevaba varias noches sin dormir, la responsabilidad de mantener a su familia, su negocio y sus cuadrillas de trabajadores le estaba pasando factura.
Rafael trató de dejar la mente en blanco durante un rato, pero no pudo, había algo que le rondaba contínuamente y no, no eran los quehaceres de su negocio, era algo más profundo, algo que le pesaba en el fondo de su ser. Algo que le generaba una terrible angustia, angustia que no compartía más que con sí mismo.
Miró las paredes de su comedor, observó la impresionante decoración que con tanta ilusión habían encargado hacer sus predecesores cuando en 1850 adquirieron la masía y los terrenos donde vivía ahora eran suyos, una finca que llevaba en manos de su familia 100 años y de la cual, ahora era responsable.
De repente, Rafael sintió un fuerte ahogo. Una punzada le atravesó el pecho.
> Oh mierda, me está dando un ataque al corazón, pensó Rafael.
Pero no, no era un ataque al corazón, la ansiedad se había apoderado de él sólo con pensar que podía perder el legado familiar si no lograba salvar la cosecha, rompiendo así una centenaria tradición familiar.
Maria Carmen, la esposa de Rafael, no era ajena al ajetreo que se vivía en la finca.
Tras su dura e implacable apariencia como buena matriarca de la época, escondía una gran sensibilidad que solo dejaba aflorar en momentos de soledad y ocasionalmente con su familia.
Eran los años 50 y vivía en una finca agraria con servicio y mano de obra para los cultivos. O era fuerte, o era fuerte, no había lugar para la debilidad, da igual como se sintiera, lo importante era que la vieran los demás.
Pasaba los días gestionando el servicio, cuidando de la familia, y siendo el pilar invisible de Rafael, convirtiéndose en muro sobre el que Rafael podía acostarse de vez en cuando para aliviar su tensión, un muro resquebrajado que soportaba un peso que también tenía sus heridas.
Cuando caía la tarde y el furor del día dejaba paso al silencio, Maria Carmen se abandonaba por completo a una de sus pasiones. La lectura.
Los señores de la editorial Editores Reunidos habían tenido una gran iniciativa, lanzar la colección La Novela Amarilla, una serie de novelas españolas de escritores contemporáneos que se vendían mensualmente en librerías y kioscos a un precio muy asumible para su acaudalada familia.
Cada vez que abría las tapas de un libro, su mente volaba a otros lugares, otras historias, otros problemas.
Su última adquisición, Ha Entrado Un ladrón, le estaba gustando particularmente. Le encantaba ver como Jacinto, un tipo poco agraciado y bastante vulgar que se había convertido en el héroe de su amada Natalia de forma fortuita aprovechando un engañoso malentendido, se las ingeniaba para mantener dicho engaño y no desvelar a Natalia su verdadera identidad.
Entre tanto, un duro golpe se estaba gestando sin que Rafael y Maria Carmen fueran conscientes de ello. Lo peor no les había llegado.
M – ¡Rafael, Rafael! ¿Has visto? ¡Hay personas en nuestra casa!
R – Tranquila Maria Carmen, llevo un rato observando y sólo están mirando
M – ¿Seguro Rafael? Ya sabes que siempre he cuidado de esta casa casi como si fuera una hija
R – No te preocupes Maria Carmen. Además, creo que están hablando de nosotros
M – ¿De nosotros?
R – Si, han visto cosas de nuestra historia y han dicho no sé qué de YouTube
M – ¿You … qué? Serán unos modernillos de esos que se dice que saldrán en unos aparatos donde podremos ver cosas sentados desde casa
R – Televisión creo que le llaman Maria Carmen. Lo que nos queda por ver! En fin, sigamos a lo nuestro y dejemos a estos jóvenes por casa, todavía les queda mucho por descubrir, seguramente lo tengan que contar la próxima semana, la historia no ha hecho más que comenzar.
Exploramos el piso superior que estaba en muy mal estado. La estructura, degradada por el tiempo, crujía a cada paso que dábamos. Incluso alguna habitación se había quedado sin parte del suelo. Sí, tuvimos miedo, así que decidimos explorar rápido y con extremo cuidado.
El matrimonio que aquí residió, tuvo descendencia, Antonio. A raíz de la documentación que vimos, todo marchaba aparentemente bien, pero esto era solo la fachada. Como en la mayoría de lugares, los secretos salieron a la luz cuando era demasiado tarde.
M – Rafael, ¿has observado últimamente que el niño tiene un comportamiento un tanto extraño?
R – ¿A qué te refieres?
M – No sé, tengo un mal presentimiento. Habla poco, está con malas compañías y a veces encuentro a faltar cosas.
R- Ahora que lo dices, el otro día no me cuadran las cuentas, faltaba dinero en la caja fuerte. Ya sabes que lo tengo todo anotado, incluso repasé dos veces los números.
M – ¿Qué hacemos Rafael? Está claro que algo sucede.
R – Hablemos con el niño, no tenemos otra opción, démosle la oportunidad de explicarnos si tiene algún problema y podemos ayudarle.
Llegó el día de la conversación. Comenzó con calma, pero a medida que se avanzaba en la charla que bien podría denominarse discusión, salió a la luz un golpe aterrador que cambiaría sus vidas. El chico era toxicómano.
De repente, nada parecía importar. La cosecha, la lectura, el legado familiar. Nada. La salud de su pequeño había eclipsado todas sus preocupaciones que ahora les parecían minucias.
Hasta donde alcanza lo que hemos podido averiguar, lograron que el toxicómano iniciarse tratamiento en un centro de desintoxicación. No nos gustaría dejar un final amargo, la vida ya es suficientemente compleja, de modo que imaginemos un buen desenlace para Antonio, incluso a pesar de la economía familiar.
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