Visitamos una impresionante mansión abandonada donde dejaron sus pertenencias olvidadas. Todo un viaje al pasado de dos hermanas entrañables, las hermanas Duval. Acompáñanos a revivir su historia.
Noel y Amelie se sentían agotados.
El día a día les consumía.
Trabajo.
Salud.
Problemas familiares.
Dinero.
En fin, la vida.
Por algún motivo desconocido, se habían distanciado.
No recordaban cuando se habían convertido en dos desconocidos que compartían casa y cama, junto a conversaciones repetitivas y tensas sobre los problemas que tenían que resolver para que, a fin de cuentas, todo siguiera igual.
Un buen día, algo pasó.
Al caer la noche, tras una cena ligera, se sentaron en el sofá a ver un rato la tele.
Sus manos se rozaron.
Sin saber ni porqué ni cómo, acaban entrelazando sus dedos.
Se miraron. En silencio. Silencio absoluto.
No hicieron falta palabras, ambos vieron en los ojos del otro que todavía se querían, a pesar de todo.
Al día siguiente, mientras desayunaban, Noel le dijo a Amelie:
¿Qué te parece si nos tomamos unos días libres y nos vamos a algún sitio a descansar? Creo que nos sentará bien.
A Amelie le salió un instintivo sí, de inmediato, hasta ella quedó sorprendida de la velocidad con la que había respondido.
Dicho y hecho.
No era una pareja de campo, así que decidieron buscar un lugar tranquilo y pintoresco en una población no muy lejana en la que poder disfrutar de un retiro tranquilo, pasear, tomar café y tener charlas intrascendentes a la luz de la luna.
Y así fue, como conocieron, a las hermanas Duval.
El 6 de junio de 1974, un jueves soleado de primavera, Noel y Amelie llegaron al hostal. Les esperaba una semana que nunca habrían soñado.
Era una construcción de dos plantas situada en medio de un inmenso jardín junto a la impresionante mansión en la que vivían las hermanas Duval, regentes del alojamiento.
Quedaron impresionados ante la belleza del sitio, quién iba a imaginar que en medio de una población como la que se encontraban, existía un oasis de tal belleza.
Las hermanas Duval les recibieron como si fueran parte de la familia.
Les enseñaron el hostal, mostrándoles las estancias en las que iban a pasar unos días: el comedor en la sala inferior, la habitación que estaba al subir unas estrechas escaleras y cómo no, el baño.
Les explicaron todo lo que necesitaban saber para que tuvieran una estancia inolvidable.
Todas las mañanas, a primera hora, las hermanas, les llevaban pan, mantequilla, mermelada casera, miel fresca y un puñado de frutos rojos recién cogidos.
Era un desayuno espectacular que les daba una inyección de energía tremenda.
Noel y Amelie charlaban mucho con las hermanas. Establecieron una relación fluida y amable.
Hablaban un poco de todo. Del país, de los cambios que se vivían en la sociedad, de la familia, de los sentimientos … en fin … de lo que surgiera en cada momento. Y así pasaban las horas.
Cuando atardecía, se sentaban en el porche acristalado de la mansión para admirar el contraste de colores que bañaba el jardín cuando el sol iba marchando para dejar paso a la luna, acompañados por la música del piano que tocaba una de las hermanas.
Era algo maravilloso.
Pero todo llega a su fin.
La semana de retiro del matrimonio había acabado, así que con una mezcla de tristeza y alegría, tuvieron que despedirse de las hermanas y dejar paso a otra familia para que disfrutara del lugar, no sin salir de allí con la satisfacción de haber recompuesto su matrimonio sin tan siquiera haberse dado cuenta de ello.
La magia de las Duval.
Los personajes de esta historia, Noel y Amelie, no fueron una pareja real, son un prototipo de matrimonio como tantos hay que pasaron por el hostal, sin embargo, las hermanas Duval sí que existieron, y las has visto en fotografías a lo largo de este vídeo.
El hostal, también fue una realidad, y casi podríamos afirmar, que muchas parejas y familias pasaron allí momentos inolvidables.
La crudeza de la vida hace que nadie de esta historia esté en el plano terrenal, sólo nos quedan sus enseres y su mansión, lugares en los que nos estamos adentrando juntos para que mediante la observación, la escasa documentación que hemos encontrado, y la imaginación, podamos recrear cómo fue este lugar y cómo vivieron las personas que lo habitaron.
Si tienes un ojo observador, habrás visto que se trata de una mansión lujosa, con muebles tallados de primera calidad, y una decoración exquisita que haría las delicias de cualquiera de los que disfrutamos del encanto del pasado.
Todavía nos queda mucho por contarte, sin embargo, para que puedas disfrutar de lo que queda de vídeo y no interrumpir la historia, continuaremos en la segunda parte, donde descubrirás con más detalles quién eran las hermanas Duval y a qué se dedicaron además de regentar el hostal que construyeron junto a su casa.
Nos remontamos a la segunda mitad del siglo XIX, momento en que los padres de las Duval se instalaron en esta mansión de reciente construcción en la que no escatimaron dinero para que tuviera algunos de elementos distintivos de la arquitectura francesa, como la denominada mansarda, o ventanas dispuestas sobre el tejado de la casa para iluminar y ventilar el desván a la vez que le daba un aspecto ilustre.
Tampoco escatimaron en la planta baja, donde construyeron un invernadero con vistas al jardín que de bien seguro deleitaba los días de la familia.
Ni que decir tiene, que en el resto de la vivienda mantuvo la misma exquisitez, haciendo de esta mansión un lugar excepcional al alcance de únicamente de algunos bolsillos afortunados.
No hemos averiguado cuál era la profesión de los ascendentes de las hermanas Duval, no obstante, la población de unas 8.500 personas en la que se instalaron es muy conocida por sus centros termales, servicios turísticos y actividades culturales, así que probablemente se dedicaban al turismo.
Y no les fue mal.
La vivienda no fue desaprovechada. Según las fotografías que hemos visto, los padres de familia tuvieron por lo menos 5 hijos a inicios del siglo XX, todo apunta a tres mujeres y dos hombres.
Las fotografías de bautismo, comunión, bodas con traje y vestidos blancos, etc. nos hacen pensar en que además de cumplir con los cánones de una familia eminentemente católica, tuvieron momentos muy felices que compartieron todos juntos.
A pesar de buscar el apellido familiar en los registros de defunción de la zona, no hemos identificado de forma unívoca cuando fallecieron los padres, sin embargo, todo apunta a que las hermanas Duval se quedaron con sus padres hasta su muerte mientras el resto de hermanos marcharon de la casa al contraer matrimonio.
Las Duval, a las que podemos denominar cariñosamente como unas “solteronas de oro” nunca se casaron ni tuvieron descendencia.
Desempeñaron varias actividades económicas. Además del hostal que regentaban, hemos encontrado patrones, tela y máquinas de coser, así que no parecía que la confección fuera sólo una afición.
También hemos visto una cantidad importante de conservas, en especial miel, aunque esto posiblemente se utilizase para deleitar los desayunos de los huéspedes del hostal.
La vida parecía sonreír a estas hermanas que pasaban los días disfrutando de la mansión y cuidando de sus huéspedes, aunque todo tiene su final.
Aproximadamente, en 1980, murió una de las hermanas con 75 años de edad.
Esto asestó un duro golpe a la hermana que quedó viva.
Se vio sola en la casa donde nació y desarrolló toda su vida en compañía de su inseparable compañera de viaje.
Al principio, continuó en la mansión, pero la soledad le consumía, así que decidió marchar a una residencia, dejando la casa vacía a su suerte, sin descendientes ni familiares cercanos que se hicieran cargo.
Llegando el cambio de milenio, con prácticamente 90 años, la Duval que sobrevivió, emprendió su viaje espiritual, viaje en el que esperamos que se reencontrase con su inseparable y queridísima hermana.
La casa continuó envejeciendo, agrietándose, llenándose de moho y derrumbándose sobre sí misma mientras veía con sosiego como algunos exploradores admiramos esta joya del pasado y sufría con desdén a algunos vándalos que revolvieron las cosas íntimas de la familia.
De hecho, hemos sido de los últimos visitantes que hemos podido documentar la mansión, ya que pocos meses después, no sabemos si a instancia de la administración pública, o de algún familiar, la casa fue vaciada casi por completo. Hasta donde conocemos, no pudieron salvarse muchos muebles ya que estaban en mal estado o montados a medida en las estancias, y tuvieron que ser partidos para sacarlos de la casa.
En alguna foto actual, hemos alcanzado a ver el invernadero, triste, apagado, con la única compañía del reloj de pared y el piano que, quién sabe, quizá por las noches lance algunas notas melancólicas en recuerdo de las entrañables hermanas Duval.
Relatos del pasado con hechos curiosos y misteriosos de nuestra historia en tu bandeja de entrada. Te apuntas gratis. Te borras gratis.