Con este relato de Samuel Ullman que preside el salón de este entrañable lugar, nos adentramos en la casa abandonada de los Dubois, un lugar que no te va a dejar indiferente.
La juventud no es un período de la vida, es un estado de ánimo, un efecto de la voluntad, una cualidad de la imaginación, una intensidad emocional, una victoria del coraje sobre la timidez, del gusto por la aventura sobre el amor por la comodidad.
No se envejece por haber vivido cierto número de años, se envejece por haber desertado de su ideal. Los años arrugan la piel, la renuncia al ideal arruga el alma. Inquietudes, dudas, miedos y desesperación son los enemigos que poco a poco nos hacen inclinarnos hacia la tierra y convertirnos en polvo ante la muerte.
Joven es el que se asombra y se maravilla. Pregunta cómo el niño insaciable: ¿y después? desafía los acontecimientos y encuentra alegría en el juego de la vida.
Eres tan joven como tu fe. Tan viejo como tu duda. Tan joven como tu confianza en ti mismo. Tan joven como tu esperanza. Tan viejo como tu desesperación.
Permanecerás joven mientras te mantengas receptivo. Receptivo a lo bello, bueno y grande. Receptivo a los mensajes de la naturaleza, el hombre y el infinito.
Si un día tu corazón fuera mordido por el pesimismo y carcomido por el cinismo, que Dios tenga piedad de tu alma vieja.
Bien, ¿quiénes eran los Dubois?
Adrien y Chloe, una pareja parisina, contrajo matrimonio en 1943. No eran unos jovenzuelos, ya avistaba la cuarentena. Quizá era algo inusual en la época, pero el amor no tiene edad.
Eran conocidos como los Dubois, el apellido de Adrien, un tipo muy conocido en su zona debido a una de las profesiones que ejerció, barman. Por su parte, Chloe, gozaba de propiedades que vendió en 1956 y les otorgó un importante colchón económico que les permitió vivir cómodamente.
Desarrollaron su vida común en su residencia permanente en París, lo que no impidió que compraran esta entrañable casa alejada del bullicio de la gran ciudad en la que refugiarse de su día a día y disfrutar de la familia en un entorno privilegiado.
Mientras los años pasaban, los Dubois fueron acumulando vivencias y bienes materiales, recargando su casa de veraneo de objetos hasta tal punto que es casi intransitable. Ironías de la vida, actualmente esos objetos están carcomidos por el moho, polvo y telas de araña.
No parece que desatendieron lo que realmente importa, la vida y la familia.
Según hemos deducido, tuvieron por lo menos dos hijos, un chico y una chica, que les dieron nietos, uno de ellos con una discapacidad psíquica de la que desconocemos el grado de afectación.
En las fechas comprometidas, se reunía toda la familia en la casa vacacional, incluso es posible que en algún momento del tiempo alguno de los hijos estuviera viviendo allí una larga temporada. Lo que es claro, es que la planta inferior de la casa era donde dormían los Dubois y se hacía vida familiar y la planta superior era ocupada por los más jóvenes y el ocio.
No hemos logrado averiguar qué ha sido de los familiares de los Dubois, lo que sí hemos podido constatar es que fallecieron en la década de los 80, cuando eran prácticamente octogenarios. Curiosamente, no fallecieron ni en esta casa ni en París, sino en la Francia central, quizá fruto de algún acontecimiento imprevisto que les arrancó su vida terrenal.
El hogar de los Dubois se consume lentamente.
Atrás quedan aquellos días llenos de movimiento, de jóvenes jugando a videojuegos, escuchando música y bebés con ojos tiernos que llenaban a todos de alegría.
Quién sabe, quizá algún día, un familiar se apiade de este hogar y le dé una segunda oportunidad de llenar sus estancias, nuevamente, de vida.
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