La masía empapelada de película de terror

El diario de viaje

Llevábamos varias horas explorando. No teníamos ninguna ubicación conocida y molona en el mapa, estábamos haciendo campo, no así como las vacas y tal, algo menos glamuroso: kilómetros en coche y revisando casa por casa si podíamos entrar y bueno, de paso ver si dábamos con algún pelotazo.

Pelotazo, lo que se dice pelotazo, no dimos con ninguno, pero sí que vimos cosas bonitas … entre ellas, una masía digna de una película de terror.

Verás.

Eran como las 15h, acabábamos de comer un bocadIllo en el coche que nos hicimos al momento (si, en el coche, pan bimbo, embutido y zas … a comer). No es ningún manjar de estrella Michelin, pero para hacer kilómetros entre casa y casa, va genial.

Nos estábamos acercando peligrosamente a la cuarta ubicación del día. Las tres anteriores ni fu ni fa, sí, dos masías bonitas en cuanto a estructura, pero sin nada especialmente destacable, así que con algunas fotos y algún TikTok las ventilamos.

Cuando llegamos a nuestro destino, flipamos un poco. No era una masía, sino dos. No sólo eso, sino que además había un bloque anexo que no combinaba nada con el idílico paisaje de esas dos imponentes casas centenarias en medio del monte.

Bajamos del coche, comenzamos a merodear los alrededores del lugar como un sabueso reastreando su presa. En una primera ojeada, vimos que la primera de las dos masías tenía una puerta abierta, aunque todavía no era momento de tirarse de cabeza a su interior, teníamos que comprobar todo el terreno.

Y eso hicimos: Masía dos, cerrada a cal y canto. Construcción adicional que no pegaba ni con cola … OPS! ¿Qué narices era aquello?

Nos acercamos.

No sigilosamente, no.

A saco.

Fuimos directos al módulo y vimos una puerta con un timbre. Nos miramos con perplejidad.

¿Qué hacemos?

Pues nada, picar al timbre … ¡qué otra cosa podíamos hacer! Bueno, irnos, pero tras tantos kilómetros, no nos apetecía. Al final, si salía alguien a atendernos y podíamos hablar, quizá nos dejaba ver la casa, incluso nos explicaba la historia.

Nadie contestó.

Así pues, sólo nos quedaba tomar una última decisión, ¿entrar o no entrar a la masía con la puerta abierta?

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