Casa abandonada intacta de Madeleine

La casa abandonada de Madeleine

No estábamos preparados para lo que iba a suceder. Sin saberlo, habíamos comenzado un viaje indescriptible, cargado de emociones que tocaron lo más profundo de nuestro ser.

Una mezcla de cultura, horror y amor estaba contenida tras las puertas que guardaban celosamente las vivencias de una familia tan particular como entrañable. Unas puertas que estábamos a punto de abrir. Las puertas de la mansión de Madeleine.

Madeleine llegó a su deslumbrante casa, situada en Francia, en 1970, desde su país natal, Camerún, tras contraer matrimonio en su aldea a la edad de 23 años con un militar francés que casi le doblaba la edad en 1967.

Fruto de este romance, que surgió en el epicentro de un conflicto armado en Camerún tremendamente sangriento, nacieron cuatro hijos: dos niñas y dos niños que crecieron en la mansión junto a su abuela materna. Además, el hijo mayor de Madeleine, resultado de una relación anterior, visitaba la casa puntualmente desde Camerún, donde se quedó viviendo como militar.

Mauro, el que se convertiría en marido de Madeleine, llegó a Camerún en 1965, tan solo cinco años después de la independencia del país africano de su colonizador, Francia, como parte de un destacamento militar destinado a acabar con las revueltas que se producían en todo el territorio a raíz del descontento popular con lo que algunos denominaron un gobierno títere de los intereses franceses.

El ejército francés no dudó en utilizar toda su fuerza, algunas veces de forma más que reprobable, para contener las revoluciones internas del país. Acabaron con poblaciones enteras, utilizaron material militar actualmente prohibido, eliminaron líderes políticos e incluso crearon campos de concentración. El infierno estaba desatado en Camerún.

En medio de este escenario, cuesta pensar que Mauro y Madeleine iniciasen un romance que finalizó en matrimonio en tan solo dos años.

Madeleine llegó a este mundo en 1944 en una aldea de Camerún, de la que su padre, nacido en 1902, era el jefe. A pesar de ser madre joven y mantener una relación con un compatriota camerunés, inició un particular noviazgo con Mauro, un militar francés 19 años mayor que ella, que participaba activamente en la lucha armada que asolaba el país. Algo inaudito a los ojos de muchos. Algo digno de una versión africana de Romeo y Julieta.

Los novios obtuvieron el beneplácito de los padres de Madeleine para formalizar su relación y contraer matrimonio en la misma aldea que regentaba el padre de la novia. Y eso hicieron. Se casaron. Un particular matrimonio que, con el paso de los años, demostró no estar basado en un interés material, sino en el amor.

El romance placentero entre Madeleine y Mauro todavía tenía que esperar unos años para desarrollarse plenamente, ya que en 1968, el Chad, país vecino de Camerún que también fue colonia francesa hasta 1960, se vio amenazado por revueltas internas que intentaban derrocar al gobierno. Francia no dudó en ayudar al gobernante, de dudosa reputación, para mantenerlo en el poder y asegurar el control en la sombra del país. Repitiendo una operación militar similar a la que llevaban a cabo en Camerún, envió tropas al Chad, entre las cuales se encontraba Mauro.

La contienda africana duró dos años más para el matrimonio. Finalmente, en 1970, salieron del continente y se dirigieron a la Francia natal de Mauro, donde comenzaron a construir su familia. 

Contra todo pronóstico, esta peculiar relación entre una mujer africana, procedente de un Camerún devastado por las revueltas internas, y un militar francés, destinado a este país en uno de los destacamentos enviados para aplastar las insurgencias y mantener un gobierno títere con métodos y armamento más que reprobables, logró sobrevivir a tanta barbarie para continuar su vida común en el remanso de paz que se respiraba en su casa en Francia.

Según la documentación estudiada, todo apunta a que la familia adquirió la casa justo en la época en la que fue a vivir, siendo su último propietario que la habitó un político francés que murió varias décadas antes.

La historia del palacete, sin embargo, es mucho más antigua. Se remonta nada más y nada menos que al siglo XII, aunque su aspecto actual se debe en gran medida a una importante reforma realizada en el siglo XVI. A lo largo de los siglos, el lugar fue cambiando de manos, existiendo registro de distintas familias en los siglos XVII, XVIII, XIX (el político francés) y XX, el matrimonio que nos ocupa.

Durante las décadas de 1970 y 1980, Madeleine y Mauro tuvieron cuatro hijos que se integraron perfectamente en la sociedad francesa, aunque nunca olvidaron el origen materno, como bien podemos ver en la decoración africana que adorna prácticamente todos los rincones de la casa.

Uno de los cuatro hijos del matrimonio siguió el camino de su padre y se alistó en el ejército francés.

No hay registros que indiquen si continuó la carrera militar tras licenciarse en el año 2000.

Con un escenario tan idílico… ¿cómo acabó la casa en el abandono?

Los años fueron pasando. Los niños crecieron y el matrimonio envejeció.

Y, como no podía ser de otra forma, el oscuro ser encapuchado de la guadaña, que algún día nos visitará a todos, apareció en busca de Mauro. Se lo llevó en 2011, a la edad de 88 años. No acabó sus días en su casa, posiblemente porque necesitaba cuidados especiales, y pasó el final de su vida en un asilo en una población cercana.

Y aquí es donde las cosas se complican para la continuidad de la vida en la mansión.

Mauro dejó en testamento la casa y los terrenos a Madeleine, y el mobiliario a sus cuatro hijos a partes iguales.

Sin querer, había condenado a Madeleine a mantener sola un palacio enorme y no poder venderlo, ya que el contenido no le pertenecía y no parecía haber acuerdo entre los hijos para resolver la situación.

Según cuenta una leyenda popular, Madeleine, asfixiada por la situación y la falta de su marido, se quitó la vida en la misma casa y ninguno de los hijos quiso vivir en ella, dejándola tal cual la ves. Aunque pensamos que esto no es más que una leyenda, y simplemente, Madeleine falleció pocos años después, sin que la herencia haya sido definitiva para que los hijos se pongan de acuerdo en qué hacer con una casa tan grande y costosa, quedando, como tantas otras, en el más absoluto abandono.