Sin saberlo, estábamos a punto de adentrarnos en una casa que nos trasladaría a una de las efemérides religiosas más importantes del último siglo.
Un fenómeno mundial que ha llevado a miles de peregrinos y devotos de todas partes del mundo a un pequeño rincón de Portugal.
Nos trasladamos a inicios del siglo XX, un periodo marcado por la Primera Guerra Mundial. Un tiempo tremendamente convulso en Europa.
En esa época tan difícil, apareció en Fátima, Portugal, un rayo de luz y esperanza que iluminó al mundo.
Todo comenzó el 13 de mayo de 1917, cuando tres niños pastores, Lucía y sus primos Francisco y Jacinta, se encontraban cuidando sus ovejas en el campo. Ese día, algo extraordinario estaba a punto de cambiar sus vidas para siempre.
Mientras jugaban cerca de un alcornoque, un destello deslumbrante los sorprendió. En medio de la luz radiante, apareció una hermosa figura, una dama celestial envuelta en un resplandor más brillante que el sol. Era la Virgen María, quien se les presentó con amor y gracia.
Los niños, asombrados y conmovidos por la presencia celestial, pronto comprendieron que estaban siendo testigos de algo divino. La Virgen les confió mensajes de esperanza, paz y reconciliación.
A lo largo de seis apariciones, que se extendieron hasta octubre de ese año, los tres pastores recibieron instrucciones y revelaciones que cambiarían sus vidas y, eventualmente, el destino de la humanidad.
Acababa de nacer el fenómeno de la Virgen de Fátima.
Cien años después de esa efeméride, nos adentramos en la casa de Estela, una fiel devota de la Virgen de Fátima que participó activamente en la difusión de su mensaje.
Deducimos que fue la menor de dos hermanas, heredó la casa de su madre y vivió allí junto a su marido hasta que fallecieron en la década del 2000 sin descendencia, quedando su casa olvidada con todos sus recuerdos dentro.