El 29 de octubre de 1618, una serie de eventos absurdos y trágicos desencadenó uno de los conflictos más sangrientos y prolongados de la historia europea: la Guerra de los Treinta Años. ¿Y qué acto fue el que encendió la mecha? Un par de nobles checos volando por una ventana del Castillo de Praga, para aterrizar no en el pavimento, sino en un fortuito —y francamente ridículo— montón de estiércol.
Todo comenzó con la creciente tensión entre las comunidades protestantes y católicas en el Reino de Bohemia, una región bajo el control de la Corona de los Habsburgo. El rey católico Fernando II, un ferviente defensor de la Contrarreforma, había comenzado a suprimir los derechos de los protestantes, cerrando sus iglesias y limitando su libertad de culto. Los nobles protestantes, irritados y furiosos, veían esto como una traición a la Carta de Majestad firmada por el anterior rey, Rodolfo II, que garantizaba la tolerancia religiosa.
Con el ánimo caldeado y un deseo de tomar justicia en sus propias manos, un grupo de nobles protestantes se reunió en el Castillo de Praga esa noche de octubre. Llevaban semanas planeando el enfrentamiento, pero nada podría haber preparado a los presentes para lo que sucedió a continuación. Al llegar a la sala donde se encontraban los representantes del rey, Jaroslav Bořita de Martinice y Václav Budovec de Volf, se desató un caos que parecía una extraña mezcla entre tragedia shakespeariana y comedia negra.
La ventana de la discordia
En lugar de dialogar o presentar sus quejas formalmente, los nobles decidieron actuar de manera drástica: ¡arrojar a los representantes del rey por la ventana! Los hombres, aterrorizados y suplicantes, no pudieron hacer nada cuando fueron agarrados por sus ropas y arrastrados hacia el borde del gran ventanal del castillo. En cuestión de segundos, el aire de la noche se llenó con los gritos de los nobles católicos al ser empujados hacia el vacío. En su caída libre, las luces del castillo se desdibujaron, y la ciudad de Praga, con sus tejados oscuros y empedradas calles, pareció fundirse en un abismo de terror.
Cualquier espectador habría pensado que estaban condenados. La caída desde el tercer piso del castillo, a unos 21 metros de altura, normalmente habría resultado en una muerte segura. Pero en uno de esos giros irónicos que solo la historia puede ofrecer, Martinice y Budovec sobrevivieron. El destino —o más bien, un montón de estiércol— amortiguó su caída, salvándoles la vida y convirtiendo el evento en una especie de chiste cósmico. El relato cuenta que, cubiertos de suciedad y respirando con dificultad, ambos hombres lograron levantarse y, tambaleándose, se alejaron del lugar.
El resultado de la humillación
Sin embargo, la historia no se detuvo ahí. La Defenestración de Praga fue mucho más que una afrenta pública o un espectáculo cómico; fue el detonante de un conflicto a gran escala. Al enterarse de lo sucedido, Fernando II consideró el acto no solo una ofensa personal, sino una declaración de guerra. El incidente se propagó como el fuego en la pólvora, y lo que comenzó como una disputa local se transformó en la Guerra de los Treinta Años, un conflicto que devastaría Europa, arrasando con territorios, poblaciones y cambiando el equilibrio de poder en el continente.
Durante las siguientes tres décadas, la guerra sumió a Europa Central en el caos. La intervención de países extranjeros, como Francia y Suecia, complicó aún más la situación, y la guerra religiosa se convirtió en una lucha por la hegemonía política y territorial. Decenas de miles de personas perdieron la vida, pueblos enteros fueron destruidos, y el hambre y la peste se propagaron sin control. Los efectos de la guerra perduraron mucho después de que las armas se silenciaran.
Un símbolo de resistencia y absurdo
A medida que la Guerra de los Treinta Años avanzaba, la Defenestración de Praga adquirió un estatus casi mítico. Los protestantes la veían como un símbolo de resistencia contra la opresión católica, mientras que los católicos la consideraban un acto de brutalidad y traición. Sin embargo, lo más fascinante es que, pese a las interpretaciones que se le dieron, la Defenestración siempre conservó un aire de absurdo e ironía.
La imagen de dos nobles cayendo en un montón de estiércol se convirtió en un recordatorio de que la historia a menudo avanza por caminos extraños y, a veces, ridículos. El destino de Europa fue sellado no en un gran campo de batalla ni en un salón de conferencias, sino en una fría noche en Praga, con dos hombres volando por una ventana y cayendo en la suciedad.
Un legado de ventanas peligrosas
Hoy, la Defenestración de Praga sigue siendo una de las historias más curiosas y fascinantes de la historia europea. El lugar desde donde Martinice y Budovec fueron lanzados aún se conserva en el Castillo de Praga, y muchos visitantes se detienen a observar el sitio, preguntándose cómo es posible que un hecho tan absurdo haya tenido consecuencias tan devastadoras. Las ventanas del castillo, en lugar de ser vistas como meras aberturas, se han transformado en símbolos de una época de rebelión y resistencia.
Praga, la ciudad de las cien torres, nunca olvidó la noche en que la historia se inclinó hacia el caos por un momento de desesperación y humor macabro. Porque, aunque la historia tiende a ensalzar las grandes batallas y los discursos heroicos, a veces todo lo que se necesita para cambiar el curso de los acontecimientos es una ventana abierta y un montón de estiércol esperando abajo.
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