Si hay un lugar especial, es esta espectacular hacienda abandonada. El lugar donde se asienta tiene más de 800 años de historia.
Una historia de película rodea este espectacular lugar que se asienta en unos terrenos con documentación escrita del siglo XII. Con el transcurso de los siglos, el lugar acabó en manos de todo un caballero medieval.
La casa inicial tuvo no menos de tres grandes ampliaciones que convirtieron este sitio en toda una estructura digna de un mandatario de la época. Es tal su envergadura, que llegó a vivir una familia con más de 10 hijos, algunos con sus respectivas parejas.
Tiempos mejores viví.
Tiempos en que cada rincón estaba lleno de vida.
Tiempos en que la soledad no era mi compañera.
Tiempos en que el paso del tiempo no azotaba mis entrañas.
Todavía recuerdo cuando el sol posaba sus rayos sobre mi imponente silueta
Cuando el viento me acariciaba con ternura
Cuando la lluvia se deslizaba suavemente por mi figura
Era otra época, una época de ajetreo
Una época de amoríos, intrigas y emociones
Una época de esplendor en la que hasta los más aguerridos se refugiaban en mi
Pero nada es para siempre.
No sé muy bien cómo ni cuándo pasó, pero la vida se evaporó.
Ya no escucho niños jugando por los pasillos.
Ya no descansan los jornaleros en mis aposentos.
Ya no entran y salen los señores con preocupaciones cargadas a sus espaldas.
Y a pesar de todo, aquí me hallo.
Sola.
Agrietada.
Decadente.
Sin embargo, ni siquiera el tiempo, cruel e implacable, ha podido arrebatarme mi tesoro más preciado, mi belleza.
Grandes piedras unidas con barro forman mi estructura, una estructura que ha soportado fuertes cargas, se ha visto azotada por el paso del tiempo, y ha sufrido duros golpes.
Sí, me han desgastado, me han dañado, me han agrietado, pero no han podido conmigo.
Aquí estoy, en pie, firme, viendo pasar el tiempo, contemplando los vaivenes de la vida en silencio, en soledad, en armonía y así seguiré, haga sol, truene o llueva, aquí estaré, en pié.
Esta finca se encuentra en unos terrenos documentados hace ya más de 800 años. Durante el transcurso de aquella dura época, la zona cayó en una fuerte crisis, dejando el territorio despoblado y en situación de abandono.
Con el siglo XVI en ciernes y fuertes problemas económicos, los propietarios cedieron la finca a un caballero, Arnau Falset.
Falset no pudo disfrutar mucho tiempo de la finca, ya que tan solo 8 años después de convertirse en el propietario, falleció, siendo el heredero su hijo, Andreu, sin embargo, durante ese periodo, adquirió diversas propiedades cercanas, acumulando un importante patrimonio.
Andreu administró el lugar hasta su muerte, cuando el siglo XVII estaba asomando.
Joana, la hija de Andreu heredó el legado de su padre y tras contraer matrimonio, cambió el nombre de la finca.
En aquella época, la casa estaba llena de familia, el matrimonio tuvo más de 10 hijos, algunos de ellos con sus propias familias, de modo que decidieron ampliar la construcción.
A lo largo de los siglos venideros, tanto la casa como los terrenos estaban en plena actividad. La familia que allí habitaba además de los trabajos propios del campo, eran activistas de la comunidad y participaban en obras de la población, dando cobijo a trabajadores en la misma masía.
El lugar fue pasando de padres a hijos. Todo parecía ir viento en popa, incluso en el siglo XIX se realizó una segunda ampliación de la finca para poder soportar el flujo de actividades en las que estaban involucrados.
La familia que fue acumulando riqueza progresivamente, diversifica su negocio más allá del campo, participando también de la producción de aceite y vino, lo les proporcionó un gran músculo financiero.
A inicios del siglo XX se realiza una tercera e importante ampliación que dejó el lugar tal y como lo conocemos hoy en día. Una imponente, fuerte y hermosa construcción digna de cualquier mandatario del momento.
Corría la primera década del siglo XX, la masía lucía en su máximo esplendor. Las últimas reformas para albergar a los trabajadores estaban finalizadas y el complejo era realmente impresionante.
Una triste noticia familiar estaba por llegar mientras Marc y Martina, bendecidos por la juventud, disfrutaban de su amor ajenos a lo que les rodeaba.
Un día como otro cualquiera, la inesperada noticia azotó con fuerza la vida de Marc. Había quedado huérfano y se había convertido en el heredero de la finca.
Le tocaba convertirse en señor del lugar, dirigir los negocios y cuidar de su familia. Afortunadamente, no estaba sólo, Martina le acompañaba. Era tal su amor, que acabaron contrayendo matrimonio.
Las cosas no iban mal.
Crearon una preciosa familia.
Tuvieron hijos. Tuvieron nietos.
Pero nada es gratis. El peso de la vida pasó factura a Marc y no pudo disfrutar demasiado tiempo de su legado. Falleció a mediados del siglo XX, dejando sóla a Martina que siguió cuidado de los suyos durante casi tres décadas más.
La ausencia de los progenitores y la marcha de su descendencia a ciudades cercanas, dejó el lugar en la más absoluta soledad, soledad en la que todavía se encuentra.
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