No recuerdo mis primeros años de vida, creo que casi nadie lo hace, pero seguro que fueron muy felices, ya que mis padres eran una maravilla.
De la época en la que era un niño juguetón, sí tengo vagos recuerdos. Algunas veces un aroma, un sonido o una situación cualquiera me transportan a esa dulce época de la infancia más inocente donde todo parecía perfecto.
Cuando era adolescente, lo pasé mal en el colegio, los otros niños no jugaban conmigo como con el resto y tenía profesores especiales. Me decían que era debido a un problema de nacimiento en mi cabeza. No entendía nada, me miraba la cabeza y todo parecía normal.
“No hijo, está dentro, en tu cerebro, tiene una lesión y debemos prestarle atención para que se desarrolle el máximo posible”.
Menuda cosa más rara me parecía, pero si lo decían mis padres debía ser verdad, aunque eso no me aliviaba por tener que ser diferente al resto.
Me hice mayor bajo la constante protección de mis padres que siempre voy a llevar en mi corazón. Me cuidaron, me hice una buena persona.
Entendí que realmente no es que fuera diferente a los demás, sino que no había tenido fortuna con la salud y tenía que hacer algunas cosas de forma distinta.
Mis papás iban envejeciendo. Yo también, sin embargo, todo parecía ir bien, no quería que nada cambiase nunca, pero cambió.
Cuando tenía 50 años, pasó algo terrible.
La policía vino a casa y me dijo que mis padres habían tenido un accidente. Entre en algo que creo que le llaman shock. No recuerdo mucho más, sólo que me desperté en un hospital donde estuve muy poco tiempo, aunque el suficiente para vivir los peores días de mi vida.
Mis padres no estaban. Algo pasó con el coche y marcharon los dos a la vez. Ya eran mayores, pero daba igual, antes estaban y de repente me encontré sólo.
Volví a casa. Iban pasando los días. Estaba muy triste. Parecía que me habían arrancado las entrañas y el dolor no cesaba … ¿qué narices iba a hacer en adelante?
Traté de hacer vida normal, pero no podía.
Compras, comida, dinero, pagos, lavadoras, bla, bla, bla
Ahí entendí de verdad que esa lesión que tenía en mi cabeza, era peor de lo que nunca había pensado. Era incapaz de hacer una vida normal sólo, ya no únicamente por la pena, sino porque me resultaba imposible llevar mi día a día.
No tuve más remedio que hacer algo que nunca hubiese imaginado ni en mis peores pesadillas, abandonar mi casa, mi refugio, mi hogar. Marcha de ese lugar en la que tantos momentos felices había tenido para nunca volver.
Fui a un centro de salud mental.
Me cuidan. Me dan mis medicinas. Se ocupan de mí.
Nada es igual que antes. Nunca lo será.
Mi única misión es ir pasando los años esperando mi desenlace.
Mientras tanto, mi casa, está sola, triste, abandonada.
Creo que se puede hacer una visita por internet, en YouTube, si quieres conocerla, mírala con mucho cariño 👉 es mi hogar.