Fue una exploración dificil, una exploración chunga.
Muy chunga.
Y casi no lo conseguimos.
Verás.
Nos pegamos una paliza de coche impresionante para ir a un palacio apodado ”el imposible”.
¿El imposible?
Tal cual. Un sitio con fama de que un zumbado dispara con una esco-peta de perdigones por el día y deja trampas para personas por la noche.
Quizá te preguntes qué trampas son, pues mira, cosas tan glamurosas como cepos para que te dejen el pie hecho un cromo, agujeros tapados con ramas para que te partas la nariz contra el suelo y cosas por el estilo.
Pero, ¿todo esto es cierto?
Pues ves a saber, pero cuando vas de madrugada por un bosque completamente a oscuras, ya te digo yo que el ojete del culo se cierra tanto que no cabe ni un alfiler.
Para rematar, llovía. El suelo estaba completamente encharcado y lleno de barro, lo que nos venía genial para acabar de fastidiarnos un poco el trayecto.
Tras más de media hora caminando … ohhh …
¡el palacio!
¡EL PALACIO!
Sí, allí estaba. Habíamos llegado con todas las extremidades enteritas, mojadas, pero enteritas.
Llegaba el siguiente reto.
Entrar.
Te ahorraré los detalles de cómo lo hicimos, porque daría para otro correo, aunque bien podría ser un correo de humor porque fue bastante cómico.
Accedimos a una de las salas del palacio. No era una de las mejores, pero molaba, y mucho.
Nos pusimos a explorar el lugar y …
¡OMG!
¡Pero qué maravilla!
¡Si era como estar en una película de príncipes y princesas!
Esta parte, la de lo maravilloso que es el palacio, no te la voy a explicar, te la voy a enseñar.
¿Donde? Aquí.